Jueves 9 de Enero de 2025

DÍA 9 DE ENERO

San Marcelino, obispo

Si nos amamos los unos a los otros,
Dios permanece en nosotros

Lectura de la primera carta de san Juan 4, 11-18

Queridos míos:
si Dios nos amó tanto,
también nosotros debemos amarnos los unos a los otros.
Nadie ha visto nunca a Dios:
si nos amamos los unos a los otros,
Dios permanece en nosotros
y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros.
La señal de que permanecemos en él
y él permanece en nosotros,
es que nos ha comunicado su Espíritu.
Y nosotros hemos visto y atestiguamos
que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo.
El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios,
permanece en Dios,
y Dios permanece en él.
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene
y hemos creído en él.
Dios es amor,
y el que permanece en el amor
permanece en Dios,
y Dios permanece en él.

La señal de que el amor
ha llegado a su plenitud en nosotros,
está en que tenemos plena confianza
ante el día del Juicio,
porque ya en este mundo
somos semejantes a él.
En el amor no hay lugar para el temor:
al contrario, el amor perfecto elimina el temor,
porque el temor supone un castigo,
y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor.

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL 71, 1-2. 10-13

R. ¡Pueblos de la tierra, alaben al Señor!

Concede, Señor, tu justicia al rey
y tu rectitud al descendiente de reyes,
para que gobierne a tu pueblo con justicia
y a tus pobres con rectitud. R.

Que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas le paguen tributo.
Que los reyes de Arabia y de Sebá le traigan regalos;
que todos los reyes le rindan homenaje
y lo sirvan todas las naciones. R.

Porque él librará al pobre que suplica
y al humilde que está desamparado.
Tendrá compasión del débil y del pobre,
y salvará la vida de los indigentes. R.


ALELUIA Cf. 1 Tim 3, 16

Aleluia.
Gloria a ti, Cristo, proclamado a los paganos;
gloria a ti, Cristo, creído en el mundo.
Aleluia.

EVANGELIO

Lo vieron caminar sobre el mar

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos


6, 45-52

Después que los cinco mil hombres se saciaron, enseguida Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.
Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo.
Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman». Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó.
Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.

Palabra del Señor.




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